jueves, 23 de septiembre de 2010

La práctica del folletín y el uso del espacio virtual





Juan Moreira. Los hermanos Podestá.
Eduardo Gutierrez fue el autor de la inolvidable historia del gaucho Juan Moreira. Este relato se convirtió en un ícono de la cultura popular argentina. El personaje embravecido no soportó el encierro del papel y salió para tomar cuerpo y hacerse oir por distintos canales artísticos. Llegó a tener distintas formas de representación , desde las clásicas puestas en escena cirquenses de los hermanos Podestá  hasta varias manifestaciones  fílmicas de sus andanzas memorables. El uso político que la creación del criollismo le dio a su figura, no opaca la adhesión inexorablemente popular que despertó en la Argentina de fin de siglo. La particularidad de este fenómeno, radica en el medio por el que se difundieron sus andanzas: el folletín. Un formato ideado para lectores poco "ilustrados"  pero que, sin embargo, tenían acceso a la lectura, gracias al modelo educativo puesto en marcha por la Generación del ochenta. Lejos de hacer un reconocimiento en mi propio blog a la figura de Roca, creo que para analizar cómo un personaje tan heterodoxo como Juan Moreira circuló en las mentes de generaciones y generaciones antes de convertirse en el protagonista del film de Leonardo Favio, es necesario tener en cuenta todos los factores que hicieron posible el nacimiento y la reproducción de su leyenda. Criticado por las altas esferas de la sociedad, Gutierrez escribió su Juan Moreira en formato folletín e instó a la población a esperar semana tras semana, la aparición de la continuidad de una historia, que según informaba, estaba basada en un hecho real. Estrategia marketinera desde todos los lugares, ya sea para aumentar las ventas del periódico o para publicitar la Hesperidina en el  naciente mercado de consumo en expansión, el folletín trajo aparejada una práctica que se reproduce hasta nuestros días en el formato virtual: desde el blog hasta el facebook, la práctica siempre es la misma: esperar y por qué no, anhelar, la próxima publicación. Es un signo de nuestra sociedad de masas, que si bien es criticable desde todos los lugares, minimamente nos permite, jugar si quiera un poquito, a ser Eduardo Gutirrez en el siglo XXI.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

La aventura submarina

Armando la valija para mudarse definitivamente de la casa paterna, tuvo esa sensación tan espontáneamente fugaz de tenerlo todo listo. Una sola vez le había sucedido eso en su vida, pero fue poniéndole cinta de embalar a la última caja con todos los libros de la colección Robin Hood, cuando empezó a  recordar el instante preciso de cuando estaba todo preparado para armar el submarino. Parecía muy sencillo, después de todo, ¿cuanto tiempo le llevaría montar una estructura de esas características? Tres días, tal vez una semana. Si el tiempo no estaba a su favor y una tormenta le impedía poder trabajar arduamente, a jornada completa desde las diez de la mañana hasta las siete de la tarde, ahí podría llegar a demorarse como mucho... dos semanas. Pero no más. Los materiales estaban ahí. Algunas piezas podían estar oxidadas, y una que otra madera podría tener un poco de moho, que se solucionaba muy fácil: se le raspaba lo verde y se  pintaba con un poco barniz. Algo que tranquilamente podría hacer ella sola. No necesitaba ni a su primo mayor, que ya había querido boicotearle el proyecto varias veces, diciéndole que era muy dificil, algo imposible de lograr. Mucho menos necesitaba de su hermana menor, que además de leer las aventuras de Patorouzú todos los días, no podía aportarle ni una sugerencia que le fuera útil. Al final era ella la que había investigado en la biblioteca del colegio, tomando notas importantes de la enciclopedia Salvat, registrando la estructura básica de las naves, los principios físicos que le permitían al hombre sumergirse hasta lo más profundo de las aguas y poder observar como se vive efectivamente entre algas y moluscos. Lo único que le preocupaba era el acero, y hasta ahí nomás, porque ¿qué propiedades podía tener el acero que no las tuviera un cajón de manzanas? Se podía. Claro que se podía. Estaba todo listo, los cajones amontonados en el fondo, nadie los iba a usar, con sacar dos o tres podría tranquilamente construirlo, y si lijaba trabajosamente las piezas, hasta llegaría incluso a tener una sillita simpática para poder conducir su artefacto con toda comodidad . Llevarlo hasta Santa Teresita tampoco iba a ser complicado: lo deslizaría hasta el Doge montándolo en sus patines, lo ataría con una soga al techo y simplemente lo llevaría, hasta la calle 1 entre 48 y 47 y una vez ahí, lo guardaría en el lavadero hasta el momento de usarlo. Seguramente su hermana iba a querer jugar con el submarino, lo que ella no entendía era que esta vez no era un juego. Se trataba de una exploración, de una aventura, de una misión que le dictaba su razonamiento claramente cartesiano: cuestionar el mundo primero y después explorarlo. Claro que a los ocho años mucha idea sobre Descartes no podría tener, pero sencillamente así lo sentía, así lo vivía y de esa forma podía recordarlo. Y como sin fuera poco, el anhelo de encontrar el amor en las profundidades del mar Argentino, no estaba descartado. Seguramente, otro niño entusiasta armaría un submarino con cajas de manzanas que le hubieran sobrado a la verdulería fallida de su mamá, viajaría hasta la costa Atlántica con su familia parando en todas las estaciones de servicio que encontraran en la ruta para llenar el tanque que pierde, pierde y pierde, y después de ocho horas de viaje, depositaría el submarino en el departamento de al lado, esperando que sean las diez de la mañana del día siguiente para, finalmente, salir a probar si el aparato funciona. Lo que ella no sabía era si se lanzaría a la aventura antes o después de almorzar la carne al horno con papas que la tentaba desde la cocina. Y después de tantos años, ya  bajando la escalera de su casa con el último bolso cerrado y el flete en la puerta,  todavía estaba en la misma disyuntiva.

lunes, 20 de septiembre de 2010

El Estelar



No se lo tome a mal señora, pero tal vez sea el momento de abandonar la profesión. ¿Empezarla? Bueno, ahí ya la cosa tiene otro color, pero sigue siendo un poco perverso, tal vez tenga cierto público, un grupo de marineros trasnochados,  unos pocos intelectuales mediocres, algunos esquizofrénicos con psicosis alucinatoria…Por favor, no piense que la estamos ofendiendo, seguramente tiene usted mucho para ofrecerle a la cámara. Exacto, la experiencia, la vida, los hombres… ¿En singular? Claro, claro, uno solo pero de calidad. No se, el productor me está diciendo que  no es el perfil que estamos buscando justamente para esta producción. No tenemos definido exactamente el perfil, los límites son vagos, pero una mujer de setenta años desnuda tal vez no erotice como una de veinte, una de treinta, una de cuarenta. Está perfecto que no le tenga miedo a los excesos. Desde luego que descartamos a la gente temerosa, inhibida, porque de esto se trata nuestro cine, ya sabe, experimentación pura, plano detalle, libertad de movimiento, la pérdida de la identidad en el colectivo orgiástico. ¡Si! ¡Eso! El desplazamiento del cuerpo, de los cuerpos, las manos indecorosas, las miradas atrevidas, la ingesta indecente de fluidos corporales. Pero usted nos intimida, con su rouge perlado, el agua de colonia, el traje floreado de sastrería. Las chicas que trabajan para nosotros no saben lo que es un sastre señora, el vestuarista no podría dar con su talla. Si, claro que tenemos vestuarista. ¿Para qué? Para el comienzo, la gente en la primera escena está vestida. No, no puede aparecer en la segunda ya desnuda. Porque no. Los personajes los planteamos en la primera y nunca cambian, en realidad se cambian entre ellos, rotan las parejas pero siempre son los mismos, usted sabe, el afrodescendiente, el filipino, la chica tipo sueca, la mujer de cabello colorado, va, el “nicho ecológico”. Ahí el espectador tiene que hacerse la idea de que se están recorriendo las periferias. No, no estoy insinuando que usted no pueda recorrer al angoleño, estoy seguro, el productor me está diciendo que está convencido de que usted podría recorrerlo mejor que nadie, no dudamos de su capacidad de recorrer, tenemos miedo que  ellos no quieran recorrerla. Usted comprenderá que bien podría ser la abuela de la sueca, creemos que le puede dar impresión besar en la boca a su abuela, tocarle los pechos a su abuela, lamerle la espalda a su abuela. Y… es fuerte, es osado, es trasgresor. No señora, usted no entiende, la trasgresión en este cine tiene sus límites. No, no me contradigo, simplemente creo, creemos, que no es un trabajo para usted. Desde ya,  no podemos de decidir por usted, pero ¿por qué  eligió precisamente este género? Por qué no actuar en un unitario costumbrista, esos que están de moda, hacer el papel de abuelita que aparece de vez en cuando diciendo cosas como “nena a ver cuando traes un candidato” o  “se te enfría la pasta nene, vení a ver el partido acá”. Si le interesa un papel así, le puedo recomendar un director conocido, cursamos juntos un par de materias hasta que me fui de la facultad. Entiendo perfectamente. Usted quiere lanzarse al estrellato con la pornografía. De acuerdo a lo insólito déjeme conversarlo de nuevo con el productor, quizás pueda hacer un solo, una escena cortita, “mujer  EXTRA madura en el Jacuzzi” o algo por el estilo. ¡Ah! quiere que la toque. Que la toquen perdón, en plural. Si, si, muchos, entre muchos, que se mezclen, que la escrachen en la sublimidad del desenfreno. Brutalidad australopitecos, exhalación ininterrumpida, glándulas sudoríparas, papilas gustativas, excrementos. Tal vez si la ponemos de costado, si ubicamos la cámara sólo entre sus cavidades podríamos innovar con el plano de la exhuberancia. Hay cuatro personas y cinco genitales. Si, podriamoss hacer eso, nada figurativo, que se vean solo las cavidades, que se distingan por intensidades y colores, solamente eso, la cámara siempre con movimientos pélvicos, que van y que vienen. Que entran y salen. Primero en usted, y luego en las chicas, un plano detalle de los chicos, después usted de vuelta. Plano secuencia: la mesa de pool, el filipino, la tipo bretona, la rock- cola, la música funcional, un retorno a la vanguardia setentista. Las extremidades. Ahí abajo. Que se confundan todos, que se fagociten hasta el cansancio.  El surrealismo de la penetración. Uno, dos, tres, cuatro y el quinto. De – construcción de la gramática cinematográfica. El imperio de los sentidos…
Piénselo bien, si le interesa esta versión usted puede ser la protagonista.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Casino

Nunca pude entender tu pasión por el juego. Sabiendo que la banca siempre gana te empecinás en dejar ahí más de  la mitad de tu sueldo. Una vez leí que esos lugares están hechos para que vuelvas todo el tiempo. Yo radicalizo esa noción y pienso que están hechos para que nunca te vayas. Lo peor es que  vos sabés que es un problema, que la ludopatía es una enfermedad, y sin embargo seguís yendo con tus argumentos de  “a mi no me pasa eso”, “yo voy a distraerme un rato”, “trabajo todo el día y la plata la gasto en lo que quiero”. Compulsión a la repetición: proceso inconsciente a partir del cual el sujeto se encuentra activamente en situaciones penosas, repitiendo hasta el cansancio situaciones antiguas, sin recordar el prototipo de ellas, teniendo la impresión de estar viviéndolas con “originalidad”, y por lo tanto como únicas, cuando en realidad... No. El psicoanálisis es demasiado subjetivo, ¿todos los jugadores se ven motivados por el inconsciente a disfrazar  un conflicto no resuelto con la obstinación por la ruleta? Si  fuera así, Freud se levantaría de la tumba  regocijado, porque de una vez por todas tendría aglutinados a los pacientes, compartiendo el mismo espacio, fumando la misma cantidad de cigarrillos cada vez que el crupier dice “no va más”, y hasta podría entrevistarlos al unísono, recibiendo tu respuesta con la de doña Rosa, y concluiría que el problema de todos efectivamente es la no resolución del destete materno. Y vos te encargás todo el tiempo de diferenciarte de doña Rosa, porque ella gasta su jubilación en las maquinitas, porque no se da cuenta que la casa de empeño que pusieron al lado es para que venda hasta la alianza matrimonial de su marido, viste que los viudos llevan puestas las dos, la segunda es la que cuidan más, y sin embargo doña Rosa la empeña, y sigue esperando ganarse el premio mayor. Vos sos diferente a ella, porque sos joven, porque no tenés artritis, porque no vas al casino en colectivo, porque vas porque querés y el día que no quieras ir más simplemente no vas más. El eterno retorno: todo vuelve y retorna eternamente cosa a la que nadie escapa. El fin se transfigura en el principio, y los mismos acontecimientos se repiten una y otra vez, porque la humanidad le tiene pánico al cambio, más vale malo conocido que bueno por. No. Es demasiado metafísico pensar en un tiempo cíclico para la ruleta, porque el que vuelve todo el tiempo sos vos, ella sigue girando, en o sin tu presencia, está ahí para que pase cualquiera y apueste, que le deje todo, los pulmones, las arterias, él deseo. Y si, ¿tal vez sea eso, no? Ya no me deseas más, la rutina te sofocó, los ladridos de los perros te taladraron el cerebro, y la búsqueda de la emoción el ocio es la salida más fácil. No nos tendríamos que haber casado. Cuando estábamos de novios esto no pasaba. Te gustaban mis ojos y  me decías, “hermosa vos”, “preciosa vos”, “bonita vos”. Sí, sí, sí. Hay algo tuyo que ya no tengo, termina siendo demasiado narcisista el asunto, pero el espejo, las ánimas, las gárgolas, los horneros, el mate amargo, los silencios, el árbol, la hamaca, los pastos, la frutas, las caminatas. Se acabó. Te voy a buscar para cenar, son las diez y media, y te sigue encandilando el diecisiete, porque es la fija y hoy sale. Y que pasa si nos vamos y justo sale, desde la puerta te llamo, y me gesticulás para decirme que ya va, que ya termina, que ya apostaste, que no podés salir ahora. Me acerco, me decís que una vuelta más, que sabés que va a salir. No. No salió. ¿No ves que salió el cero? ¿No entendés que ganó la banca? Pero no, te dije que no va a salir el diecisiete, ya está, vamos a casa, te cociné un bife a la portuguesa. No, plata no traje. Si, vine  caminando. No, no terminé de ponerle los botones a la camisa. Pausa. Colorado el treinta y cuatro. Te dije que no salía el diecisiete. Si, claro, diecisiete y diecisiete son treinta y cuatro. Pero le jugaste al diecisiete. No, no es una señal, vamos a comer, tomemos un syrah, escuchemos Bill Evans, acostémonos juntos. Si, dale, una vuelta más te espero.

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De la naturaleza del blog

Efectivamente. Soy de la generación que nunca vivió del otro lado del muro. Sí. Cuando tenía cuatro años le pinté bigotes a mi muñeca, porque estaba convencida que era la hija de Alfonsín, pero sobre todas las cosas, el resto de la gente tenía que saberlo. No. Definitivamente nunca me voy a alinear con la corriente que hace apología del fin de la historia. Sí. Puede ser que el descubrimiento del dadaísmo me haya afectado un poco. No. Este no es un blog ni dadaísta, ni posmoderno, ni de crítica cinematográfica. Tampoco es un blog apologista de una multinacional de comidas rápidas. La verdad, hay una sola cosa de la que no dudé en toda mi vida: de mi pasión por las letras. Una pasión que nace desde un lugar que todavía desconozco e irremediablemente se manifiesta en escritos a medio terminar. Nunca convencida de lo que escribo. Nunca segura del por qué, el para qué, a fin de que. Escribir por escribir. Leer por leer. Y el miedo a la edición. Y el fantasma de la crítica. Y el pánico al fracaso. Hasta que afortunadamente el hombre creó el blog. Y solucíonó el problema de los ecologistas primero y de los aspirantes a escritores después. ¡Bienvenidos al maravilloso mundo del blog! Donde la verborragia solamente corre el riesgo de no ser leída, ni "seguida" por nadie.